Jazmín, Leandro y su bebé exploraban cada rincón de París con los ojos llenos de asombro y el corazón rebosante de amor. Más bien, Jazmín lo admiraba así, y Leandro la admiraba a ella. Amaba verla feliz, y ser el, el causante de dicha felicidad.La ciudad les ofrecía una infinidad de lugares por descubrir, desde los icónicos monumentos hasta las pintorescas calles adoquinadas, y cada momento juntos era una oportunidad para crear recuerdos imborrables en familia. Una tarde soleada, mientras paseaban por un encantador parque parisino, Jazmín se detuvo junto a Leandro y su hijo y se dejó caer en un banco bajo la sombra de un frondoso árbol. Observó a su esposo con cariño, admirando la forma en que jugaba con su hijo, haciéndolo reír con cada ocurrencia.— Leandro, ¿estás feliz? — preguntó Jazmín, buscando la mirada de su esposo con una mezcla de curiosidad y ternura.El magnate detuvo sus juegos por un momento y miró a Jazmín con una sonrisa radiante.— Más que feliz, belleza. Desde que
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