No lo sabía, pero me había vuelto demasiado celosa. Siempre fui celosa, es verdad, defendiendo lo mío, le tenía envidia a mis amigas más lindas y que acaparaban a los hombres guapos pero siempre me controlaba, me resignaba y no prestaba atención, pero ahora era diferente. Marcial me gustaba mucho, me excitaba, además, y lo que había escuchado me hacía pensar que él era, en realidad, un mujeriego. Conmigo no había jugado, es cierto, ni siquiera habíamos salido ni nada, ni tenía él que darme ninguna explicación, pero los celos no entienden de razones. Se sulfuran, se incendian y molestan, hinchan, fastidian y estallan como petardos dentro de la careza, machacando los sesos. Eso sentía. Esa tarde, después de entrenar, me quedé en el club, esperando que Marcial se vaya. Yo ya sabía que él entrenaba en las noches, pero él no se quedaba de corrido. Siempre salía, a cualquier hora, podría ser en la mañana, a mediodía, en la tarde, pero entrenaba religiosamente en la noche. Tenía un séquit
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