—Aterrice en la carretera —le pidió Kurt al piloto. Al tener licencia para volar, ocupaba el asiento del copiloto, que ofrecía una vista aérea a través del parabrisas redondeado. Todavía no había localizado al sospechoso ni a su cliente, pero, según su programa de rastreo, estaban justo debajo de él, moviéndose a lo largo del lecho del arroyo.—¡Prepare a sus hombres, sargento! —le gritó por encima del hombro al líder del pelotón.El sargento Malloy asintió y dio órdenes a sus hombres, sentados en bancos adosados a las paredes exteriores del helicóptero, a ambos lados de las puertas abiertas, con las piernas colgando en el aire. A su orden, bajaron sus viseras y ajustaron sus ametralladoras Heckler y Koch.—Justo aquí —dijo Kurt, y el MH-6 se tambaleó brevemente en el aire antes de caer con suavidad sobre el camino de tierra, a menos de cien metros de la ubicación del sospechoso.—¡Vamos! —gritó el sargento Malloy, y seis hombres, vestidos con chalecos antibalas y cascos, saltaron de
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