—Señor, no estará usted bromeando, ¿verdad? —sondeó Ana con gran prudencia, tragando saliva.—¿Soy una persona que gusta de bromear? —respondió el mayordomo frunciendo el ceño seriamente.—No, no, por supuesto que no —negó Ana varias veces, sacudiendo la mano. No se atrevía a admitir que Miguel ya s
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