—Hola, Di —saluda mi padre mientras cuelga su saco, se ve feliz—. Hoy fuimos a ver un par de salones para la boda, queremos que sea algo sencillo, pero vendrá gente de muchas partes, mis socios y clientes. Puedes invitar amigos, si quieres.¿Es neta, papá? No tengo un jodido amigo. Aparte, una boda en Sores es aburrida, podría bien casarse en París, Cancún, Cartagena, Londres, no sé. Sospecho que esto tiene que ver con la estúpida de Valentina.—Ya, espero que sea verdaderamente sencillo, en este pueblo siempre es fácil llamar la atención.—Tranquila, hija —oh, por dios, acaba de decirme hija, hace mucho no escucho eso—. Serán doscientos cincuenta invitados cuando mucho.En la torre, yo imaginaba que serían menos de cien.—¿Qué le ha pasado al anillo, Di? —pregunta Valentina—. ¿Lo perdiste?—No, está en mi escritorio —digo con una sonrisa—. Lo que pasa es que me empezó a apretar, creo que me hinché un poco. O tal vez estoy subiendo de peso.—Oh, vaya, puedo llevarlo a que lo arreglen,
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