El sonido del claxon que sonaba con insistencia, comenzaba a desesperarlo. El barullo inconfundible de la ciudad; mezclado con sirenas y uno que otro insulto casual entre conductores que de alguna manera parecían creer fervientemente que sonar su bocina u ofender a otros les ganaría alas a sus vehículos para salir del molesto tráfico, era algo que definitivamente no había extrañado para nada. Las luces de los faroles y los grandes anuncios comerciales, saturaban y cansaban su vista; ya no tenía paciencia para estar en la urbe de concreto, por eso es que hacía años se había retirado a vivir de manera pacífica a Golden Hill, Inglaterra, aun cuando a su ya casi ex mujer, Brianda, no le había caído muy en gracia el gran cambio, el por otra parte, se había descubierto adorando la serenidad y silencio del pintoresco pueblito y ansiaba poder regresar lo antes posible hacia él, los ojos dorados lucían cansados, como si llevarán milenios de existencia y solo quisieran un poco de paz, la larga
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