En una sala de reuniones amplia, cinco sillas ergonómicas de oficina ocupaban un solo lado de una larga mesa colocada de forma horizontal, con vista directa hacia la puerta que está al frente. Un par de metros delante de la entrada, dando cara a la mesa, había un sillón muy cómodo con una mesa alta donde un café, un vaso con agua y un plato con pequeños dulces reposaban tranquilamente. La oficina era elegante, sofisticada, pero sobria, los colores entre grises y azules en tonalidades mate hacían una combinación muy moderna. Algunos cuadros enormes en las paredes, adornos, premiaciones y pocos muebles; además de un bar, le daban armonía a la habitación. Las paredes eran de vidrio acústico, y tenían una especie de cubierta difuminada, porque desde adentro podías ver hacia afuera, pero no a la inversa. Esa era una forma siniestra de ejercer control. En ese momento, en el hermoso mueble que estaba casi al centro del salón, un hombre pulcramente vestido miraba su reloj de oro por tercera
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