—Hola, Bárbara. —saludó mi tío—. Con permiso, —lo miré—. Lo siento hijo, acabo de degustar un aceptable vino, no quiero que se convierta en un dolor de estómago por no tolerar la compañía.—Siempre tan sutil, Efraín.—Señor Villalobos o señor Efraín, no eres de mis amistades, Bárbara. —sonreí, un mesero pasó y tomé una copa. Vi alejarse al viejo.—Sigue siendo igual de viperino.—Algo debiste hacerle. —desvió la mirada.—No le he hecho nada, no me has contestado, ¿tu esposa?—En Colombia. —Me quedó mirando, llevé la copa a mi boca, ella alzó una de sus cejas.—¿Te separaste? —Los ojos le brillaron, a su lado llegó un señor unos cinco años menor que mi tío.—¿Preciosa nos vamos?—Yo no voy contigo a ningún lado. Ni ahora, ni nunca.El señor se la quedó mirando, fue tan revelador para mí ese momento y sentí tanta repulsión por esa mujer, el señor se fue enojando.—Debiste irte con él, Bárbara.—Ya no me interesa.Sonreí. Parece que a mí solo me rodean las arpías, aunque a Patricia no me
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