Mario permaneció con ellos media hora, luego convocó a una niñera a través del interfono.Al entrar, la niñera, al ver a los niños dormidos y avanzando con cautela, susurró:—¿Están dormidos?Mario, con una mirada rebosante de ternura, asintió y susurró:—Quédate un momento, por favor.La niñera, perspicaz, replicó:—Señor, no se preocupe, yo me encargo de aquí.Dejando la habitación, Mario no encontró a Ana por ningún lado, hasta que finalmente la localizó en el pequeño salón de flores.Apoyada contra una ventana panorámica, conversaba animadamente por teléfono, bañada por la luz del sol de la tarde que hacía resaltar aún más la palidez de su piel.A Mario le recordaba los días cuando Ana, igual de feliz, charlaba con Alberto.Ahora, hablaba con Víctor…Pero en realidad, su conversación era con David sobre la enfermedad de Mario. Al concluir, Ana notó a Mario de reojo; su rostro se tensó.Con una sonrisa tenue, bajó la voz y tras unas últimas palabras, colgó y dijo, sosteniendo el m
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