La golpiza que le dimos al hijo de puta estuvo a punto de mandarlo al inframundo, lugar del que nunca debió salir. Nos aseguramos de dejarlo tirado cerca de un centro médico para que cualquiera lo encontrara y lo trasladara hasta emergencias. Cruzo los dedos para que la suerte le dé la espalda. Estuve a punto de cavar un agujero en la tierra y lanzarlo vivo en el interior para que nunca más volviera a lastimar a ningún otro ser humano, pero creo que, con el escarmiento que le dimos, fue suficiente para que no lo piense ni una sola vez, antes de volver a poner un pie en esta ciudad. ―Nos vemos mañana, Lud, llámame si necesitas algo ―me indica Rob, antes de bajar de la camioneta―, ya sabes dónde encontrarme si requieres de mi ayuda ―sonríe, feliz y satisfecho. Menudo cabrón, sabe cómo incordiarme―. Creo que, por ahora, esta será mi nueva residencia. Lo miro con incredulidad. ―¿En serio? ―aparto la mirada de su cara y observo a través de la ventana―. ¿Vas a quedarte en esa pocilga? Mi
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