Tras el pesado maquillaje, se escondía un rostro que ocultaba las marcas de las noches en vela y el cansancio de un trabajo duro e indigno que apenas le permitía lujos, aparte de lo que el propio proxeneta le permitía. Bajo la luz del escenario, una lágrima recorría la mejilla de Sara Reese en llamativos rasgos, y, sin embargo, sin que se notara su dolor, mantenía esa falsa sonrisa, mientras saboreaba el agua salada que corría por su mejilla y entraba en su boca abierta.Los hombres aplaudieron al final de otra actuación que a ella le había encantado al principio, pero que con el tiempo se había convertido en su gran martirio. Luego hizo una reverencia y, al levantarse, sus ojos recorrieron al público que la aclamaba. Pero ya no podía darles las gracias. Ya no podía hacer ningún gesto después de haberse desmayado delante de toda aquella gente.Aun así, ante el repentino malestar, todavía había suficientes pervertidos como para desearla así. Y probablemente lo habrían hecho, de no ser,
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