Suspiro, luchando contra el repentino impulso de pisotearle el pie gigante, pero me contengo, porque recuerdo cuánto me dolió la primera vez. Mi siguiente pensamiento es girar los labios hacia su palma y darle un mordisco. Es increíblemente tentador, pero no tengo ni idea de dónde viene el impulso. Nunca en mi vida he contemplado, y mucho menos deseado, morder a otra persona. Sinclair entrecierra los ojos, sonríe y me aprieta la mejilla. "Ni se te ocurra", me advierte con una voz cargada de pr
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