UN ÁNGEL PARA LA BESTIA. Capítulo 8
La mañana se vio iluminando la sala en donde dos personas se vieron totalmente dormidas. Una que era dirigida por los latidos lentos y rítmicos de la otra que tenía la cara más apacible que se le pudo haber visto jamás. Los pasos de un niño anduvieron por el lugar, quien como si supiera que no debía hacer ruido regresó por donde llegó, con pasos suaves yendo a su habitación. Mientras su madre abrió los ojos, esa vez no había miedo en su mirada, sino una capa muy notable que cubrió dicho miedo, con algo que también sintió en su pecho, estómago y cada parte de su cuerpo. Elevó la cabeza un segundo y descubrió que la Bestia, como se definía el hombre bajo su cuerpo, tenía impregnada la belleza de una calma bien instalada en su rostro. Dormido, mientras uno de sus brazos la tenían rodeada evitando una caída en sofá y la otra sostenía su cabeza, estaba con la mera camisa, el abrigo lo tenía sobre ella. Por supuesto que no recordaba cómo era que habían llegado a esa posición, pero era la
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