Al abrir los ojos, Milen estiró sus extremidades. Los músculos de sus brazos y piernas se sentían doloridos, como si hubiera corrido un maratón. Bajo las espesas sábanas, se quejó y juró no volver a tomar nunca más. El dolor punzante en su cabeza y la sequedad en su boca no eran nada agradables.—Espera, ¿dónde estoy? —En cuanto estuvo más despierta, notó que no era su cama. Con fuerza destapó su rostro para descubrir que se encontraba en la habitación de Itzam y que solo una playera de este cubría su cuerpo.Se incorporó de golpe sobre la cama, asustada. El movimiento tan rápido le provocó mareos.«¡Ay!, duele», se quejó, llevando las manos a las sienes.—¿Qué hago aquí? — preguntó al aire, recordando que Itzam no le permitía ni asomar la nariz en su habitación; pero ahí estaba, y, por si fuera poco, medio desnuda. El repiqueteo del agua cayendo le hizo saber que el dueño de la habitación se estaba bañando.—¡Dios! ¡Dormí en su cama! —rápidamente cubrió su boca con las manos para aho
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