—¿Qué dices? Evana, no digas eso. —¡Es la verdad, Marcus! No te puedo engañar, vi a una ginecóloga, y ella dice que debo recibir un tratamiento, tal vez así pueda darte un hijo, el punto es que por ahora no podré ser madre de nuevo, y eso me está matando, me duele —ella lloró—. Siento que… debería dejarte como todos dicen… Él siseó, puso su dedo índice en sus labios, su mirada se volvió tierna, cálida, le devolvió el calor a su cuerpo frío —No vuelvas a decirlo nunca, porque yo te amo a ti, solo a ti, Evana, no hay nadie, ninguna otra mujer que me haya hecho lo que tú me haces sentir a mí —él tomó su mano, la puso en su pecho—. ¿Lo sientes? Mi corazón late por ti, ni siquiera sabía cuanto te necesitaba en mi vida, hasta ahora, que sé que no podría vivir sin ti, por favor, nunca me dejes. Tendremos un hijo si Dios lo quieres, y si no, podemos adoptar, no importa, porque el hijo que tu ames, yo lo amaré con locura, porque te amo a ti. Ella se abrazó a él con fuerzas, sintió que por f
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