Mientras más alto se lograba llegar, más dolía la caída y ahora, luego de los últimos acontecimientos, Isabella no estaba en el suelo, sino en una fosa submarina, ahogándose en un dolor inimaginable.—Tantos años trabajando para él y me despide así nada más. Me dolió mucho, Isabellita.—Ay, Mary. Ni te imaginas. —Pero ya estoy aquí, no llores.Isabella siguió llorando mientras comía, mientras se paseaba como un espectro por los pasillos de su casa. La hermosa mansión de sus sueños tenía la nostalgia de un cascarón vacío. En el salón se sentó frente al piano. Ella había recibido clases desde niña, una mujer educada y de sociedad debía dominar por lo menos un segundo idioma y ser diestra en algún instrumento. Acarició con suavidad las teclas, sin llegar a sacarles un sonido, y recordó las veladas donde, junto a sus amigos, disfrutaban del talento que su hija había heredado. Se atrevió a pulsar una tecla, y otra. A cada nota iban brotando las memorias, que acompañaban momentos maravil
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