Capítulo 42. Cobarde
Julián sentía cada segundo como una cuchillada, con cada minuto que pasaba y se acercaba la hora de dejar ir a Natalia, su corazón era apuñalado por dagas filosas.—Voy a estar bien —le dijo ella, acariciando su mentón con los dedos.—Tengo que admitir que me siento muy orgulloso de ti, Natalia, pero también tengo que admitir que tengo miedo de que las cosas no salgan como esperamos. No quiero perderte, no podría seguir viviendo sin ti.Natalia dibujó los labios de Julián con la yema de sus dedos, su cálido aliento calentó sus fríos dedos. Ella también temía no volver, temía no volver a ver a sus hijas, no volver a tener a Julián de aquella manera, de sentirse entre sus brazos, amada y protegida. También sentía terror, aun así, no desistió, la mujer en ella pedía a gritos justicia por lo vivido, clamaba con fervor ser libre de la peste en la que se había convertido Efraín Salvatierra en su vida y en la vida de sus hijas. Hacía lo que hacía por ellas y para vivir sin miedo.—Confío en
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