12. Encrucijada
—¿Qué tanto me ves? —preguntó Fabio, mientras limpiaba la encimera de la cocina. —Encuentro fascinante, tu retorcida manera de complicarte la vida por nada —respondió Josh, ensanchando la sonrisa idiota que tenía hace más de media hora. Fabio le lanzó la toalla, pero su amigo la esquivó con agilidad y se la devolvió con más fuerza. La toalla chocó con el hombro de Fabio en lugar de su cara. —Pensé que después de hacerme el favor, te irías a tu casa de una m*****a vez. —¿Y dejarte solo haciendo esto? No, no me lo iba a perder. —Imbécil. —Yo también te quiero, Bro. Dame postre. —No hay. Ella te mintió. —No te creo, pero no importa. Mejor dime qué vas a hacer. —Desayunar con ella, qué más. —¡No, pero qué castigo! ¡Sálvalo, Señor! —No me refiero a eso. Ya viste —dijo señalándole el teléfono—. No sé qué hacer —dijo, luchando con una nueva mancha descubierta en la esquina de la estufa—. Casandra es… —Perfecta. —Tanto así, tampoco. Es… —Preciosa. —Sí, lo es, pero, me refiero a…
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