- ¡No vas a salirte con la tuya!.- grité desde el acantilado a nadie en especial. Bueno, eso era mentira, a nadie en especial no, a mi padre, pero sabía que no me podría escuchar, porque él pocas veces salía de su fortaleza construída en el centro de la isla.Hacía ya casi un mes que estaba en aquella isla abandonada por todo y por todos, donde los únicos habitantes éramos mis padres, dos criados y yo.Mi padre consiguió sacarnos de la casa de la Manada en un discreto vehículo que aquel hombre de seguridad había dejado pasar, de eso estaba bien segura. Pero no lo recuerdo, porque al contrario que mi madre que al ver a mi padre, su compañero al que había decidido abandonar, se rindió, yo me resistí.Intenté escapar, luché, mordí, incluso me lancé contra su cuello, aunque no tenía intención real de hacerle daño, solo de asustarlo; pero él lo supo ver, y aprovechó ese momento, y me inyectó un líquido que me hizo quedarme dormida. Cuando desperté, mi madre me puso al día, y también me di
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