XLIV. Descubriendo a la culpable
En todo el trayecto a la casa nadie habló una palabra y era obvio el ambiente deprimente, nada que ver con la alegría y relajación que teníamos hace solo unas horas.Miraba por el espejo retrovisor a Estefanía, pero ella no me miró ni por un segundo, estaba muy concentrada observando el paisaje exterior, pero yo sabía que su cerebro debería estar trabajando a mil, porque además su ceño fruncido, la delataba.Ya había dejado de derramar esas pequeñas lágrimas que salieron de sus ojos al inicio, pero eso era lo peor, no porque quisiera que estuviese llorando, daría lo que fuera porque sus lágrimas solo fueran de pura alegría, pero la conozco muy bien.Así, con esa actitud de intocable e invencible, solo estaba construyendo un muro de hierro a su alrededor que le permitía defenderse, pero que no dejaba entrar tampoco a nadie.Esa era de las peores cosas que tenía la secretaria Monroe, como había tenido que hacer frente sola a todos los problemas de su vida, entonces aunque tuviese la per
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