Luciana se veía afectada y, aunque Ignazio había estado preparado, debió suponer que lo afectaría demasiado verla en aquel estado.Hizo su mejor esfuerzo para no regresar en busca de Rodolfo. Como médico, su trabajo era salvar vidas, no quitarlas; pero no se sentiría nada avergonzado de admitir en voz alta que quería golpear al desgraciado hasta que ya no respirara.Rodolfo era un completo imbécil. Había dañado a una mujer inocente de maneras inconcebibles y ni siquiera se arrepentía de ello, lo había visto en sus ojos cuando se encontraron en el pasillo justo antes de la reunión.Él le había dado una sonrisa llena de arrogancia. Estaba tan seguro de que Luciana regresaría con él y, por un instante, Ignazio había temido que tuviera razón, que ella creyera sus mentiras o peor aún que cediera a sus amenazas.Sin embargo, no le había dado la satisfacción de verlo afectado y había disfrutado un poco —quizás bastante— al ver su sonrisa desaparecer en el instante que le dijo que se iba a en
Leer más