Adam tamborileaba sus dedos sobre la mesa, junto a su vaso de whisky —sabía que era demasiado temprano para beber, pero no había podido evitarlo—, ansioso porque Liam llegase cuanto antes. No estaba seguro de si había hecho bien al citarse con él, sin embargo, creía que era lo mejor. Liam merecía saber lo que había averiguado. Durante la mañana, cansado de la eterna espera, se había comunicado con el comisario O’Neill, quien estaba a cargo del caso y que, para su fortuna, era el hijo de quien había sido el abogado de su padre por más de tres décadas. Eso le había permitido que, tras insistirle un poco, le compartiera lo que la policía sabía por el momento. No le agradaba tener que hacer uso de sus contactos, pero, si tenía la posibilidad de obtener información, lo haría; más en ese caso, en el que Denise se encontraba inconsciente por culpa de que alguien había querido matarlo. Quizás, lo mejor hubiese sido hablar con Liam directamente por teléfono, pero no creía que fuese buena idea
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