Varias semanas después, se asomó a la ventana el sábado por la mañana, y vio que Lin estaba llevando un enorme pastel con otra empleada directamente a una van que esperaba. Era una tarta preciosa y muy elegante. Unas hileras de flores de caramelo unían cada piso. Recordaba a un floreciente jardín , pensó él, y se percató de que probablemente ese pastel era para la fiesta en casa de sus padres. Lin se había puesto un vestido rosa, a tono con la festividad. Y, mientras la admiraba, se lamentó de no ser él quien la acompañaba. Salió al jardín y, a través del seto, vio que los niños estaban en el arenero. Una empleada los cuidaba sentada en el banco de madera. –Hola chicos –saludó él. –Hola –saludó Liu, contento. –Hola –dijo la niña, mirándolo niñera–. ¿Quieres jugar? –La verdad es que estaba deseando hablar contigo –los interrumpió Lin, regresando de entregar la tarta. Con ese vestido se veía incluso más joven y sexy de lo que era. –¿Ah, sí? –preguntó él, sin saber qué pensar. –
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