Naiara Sentía que me había quedado sin lágrimas para llorar. Había estado en mi cama por tanto tiempo, con los ojos abiertos y las lágrimas secas en mis mejillas. Entraba y salían personas, Ónix se había ubicado a mi lado y no se había bajado. La oscuridad que había afuera era la misma que estaba en mi corazón, a veces era consciente de que salía la luna, pero ni salía a verla, estaba hundida en mi cama, perdida en mi tristeza. Ni siquiera la presencia tranquila y observadora de mi caballero, o la sutiles atenciones de mis sacerdotisas o los tés humeantes de Dashi. Yo solo me quedaba mirando hacia el techo. El techo de la que era mi habitación que, por tanto tiempo, yo, de forma contemplativa, soñaba pensando en cuándo iba a salir de aquí. Me agobiaba la idea del arrepentimiento. Yo había deseado tanto salir de aquí, de mi vida escondida con mis sacerdotisas, ¿para esto? ¿Para perder absolutamente todo lo que tenía? No solo había perdido a la mujer que había sido como mi madre, ha
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