Las risotadas de todos en la hacienda no se hicieron esperar, las burlas en contra de Joaquín fueron de inmediato. —¡Una lombriz! —carcajeó Carlos Duque. —Y pequeñita —dijo Jairo, el amigo del señor Duque. Y volvieron a reírse. Joaquín rodó los ojos, bufó. —¡Idiotas! Seguramente así es la de ustedes —mencionó, y luego observó a su esposa—, no cambias, te gusta que la gente se ría a mis espaldas. —Duquecito, es que, si no fuera tan divertido mofarse de ti, mi vida sería tan aburrida, además, no te hagas, que estás a punto de reírte también —mencionó—, y para que no te enojes, me volveré a casar contigo. —Ahora yo no quiero casarme de nuevo contigo —expresó fingiendo estar molesto, frunció los labios, y giró su rostro hacia otro lado—, seguramente en el asilo, me van a adorar, hay habrá muchas viejecitas que estarán felices con mi compañía. María Paz se acercó a él, lo miró con seriedad. —Me meteré al mismo asilo, y te tendré vigilado, ¿aún no has aprendido la lección, luego de
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