Ivette RussellMe molesta reconocerlo, pero desde anoche, tengo una gran furia rehirviendo en lo más profundo de mi corazón.¡¿Cómo ha podido emborracharse así en nuestra noche de bodas?!Como leona furiosa, caminé arriba y abajo, una y otra vez, del otro lado de la puerta de la habitación donde ese cretino ha pasado la noche.La puerta se abrió lentamente, sin emitir sonido alguno, dejando ver la cara de mi esposo.—Buenos días —musitó, en un tono conciliador, mostrándose un tanto culpable.—¿Buenos días? —dije con ironía—. ¡No le veo lo bueno a este día!La connotación del asunto me hizo elevar la voz al menos dos tonos.—Charlemos, ¿Sí? —espetó con voz ronca, uniendo las manos frente a su pecho a modo de súplica.—Si, definitivamente debemos hablar. Esto que has hecho no tiene nombre.—Escucha, ¿Puedes bajar la voz? Asustarás a la niña.—La niña no está en casa, ¿Recuerdas? —Me crucé de brazos, enarcando una ceja—. Tú mismo le dijiste a Dennis que la llevara a la mansión de tu abue
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