El lugar estaba lleno de padres corriendo, algunos llevando a sus hijos en brazos, otros tomándolos de la mano. Emma caminaba dando saltitos, tomada de la mano de Agustín. "Bien, nos pintamos y también bailamos una canción", dijo Emma. "Qué bueno, mi amor", comenté mirando hacia el frente. "¿Me cantarás la canción?", preguntó Agustín. "Claro, papá", respondió Emma, y yo me quedé sin palabras. "Cariño", murmuré. "No pasa nada", comentó Agustín con una sonrisa. "Papito, la canción habla de un pollito que era de color rojo y le gustaba volar. Entonces, le abrimos la jaula y era libre y hacía pío, pío, pío, pío, pío, pío", comenzó a cantar Emma, y yo me reí divertida. Emma comenzaba a hacer caras y gestos, mientras Agustín se derretía por aquella niña, y yo lo sabía. Me sentía bien, aunque un poco preocupada de que Emma considerara a Agustín como su padre. Ella tenía un papá, para bien o para mal. Un coche
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