Amapola no bajaba la guardia. hablaba y a la vez lágrimas bajaban por sus mejillas; pero de indignación, era un dolor milenario, encerrado, tapado día por día, cada vez más hondo, y así se acostumbró a vivir. —¡No, Fred!, ¡No me pidas perdón!... todavía, hasta hace poco, me hacía la misma pregunta, una y otra vez, ¿Porque me llevaste a vivir a ese barrio de malvivientes? ¿Por qué me llevaste a ese barrio tan pobre y marginal? Sabiendo que yo no era una muchacha rica, pero aún así, mis padres con mucho trabajo honesto, me criaron en una vivienda digna y en un buen vecindario y alrededor de gente amiga, conocidos de toda la vida, que me vieron crecer e ir a la escuela. ¡No, Fred!No fueron días de soledad, no, ¡fueron años de angustia y de terror!, ingeniandomelas para sacar a mi niña adelante y verla crecer, y después al correr del tiempo, la vi graduarse de Médico veterinario. Y el día que mi niña se alzó con su título, no me lo creerás Fred, pero yo pensé en ti. —¡Amapola, no siga
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