Margaret, desesperada y temerosa por la situación, observaba impotente cómo Alexander continuaba desahogando su furia arremetiendo contra los objetos de la habitación. Su voz se llenó de veneno mientras profería insultos y reproches hacia Margaret que a ella le costaba escuchar, o quizás, no deseaba hacerlo. — ¡No puedo creer que te hayas metido en mis asuntos! ¡Te odio por esto, Margaret! Te di todo y así me pagas, cuestionando a mis sirvientas y husmeando en lo que no te incumbe ¡¿No aprendiste como soy?! —exclamó, mientras arremetía con la pesada y deslumbrante mesa de noche.—Si me dejaras explicarte —dijo Margaret con firmeza, pero aquel monstruo no escuchaba palabra alguna.Margaret, tratando de contener la situación, intentó acercarse a Alexander y zarandearlo por los hombros, buscando calmarlo y hacerle ver la irracionalidad de su reacción. Sin embargo, en su furia, Alexander la empujó con brusquedad, haciendo que cayera sobre la cama.La habitación de Alexander era suntuosa,
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