Llevaba diez años solo. Había tenido aventuras. Muchas en ese tiempo. Pero nada me satisfacía. Siempre buscaba ese algo, en cada chica que me llevaba a los hoteles por una noche. Ese algo que me deslumbrara, que me hiciera querer más. Rubias o morenas, altas o bajas, rellenas o delgadas, con un trasero y una delantera envidiables por las chicas de la ciudad. Nada me satisfacía. Eran hermosas, no podía negarlo. Pero solo era eso, hermosas y vacías por dentro. Sin amor propio, sin inteligencia, sin metas en la vida, más que cogerse al primer millonario de la ciudad que les hiciera ojitos.Milly siempre me miraba por el umbral de la cocina, cada vez que llegaba tarde. Nunca me dijo nada, ella sabía de dónde venía. Sobre todo, cuando, cada cierto tiempo, alguna chica quería más y se lograban conseguir el número de mi casa y llamaban. Milly nunca me recriminó nada, sabía que un hombre tenía necesidades. Detestaba que se quedara despierta hasta tan tarde, solo para comprobar que llegaba sol
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