Cuando terminamos de limpiar, decidí ir a sentarme a tomar un poco de sol en la terraza. Me gustaba la vista que había ahí. El prado extenso y las montañas a lo lejos me daban una sensación de tranquilidad que me gustaba mucho. Con Arthur nos sentábamos durante horas a ver ese paisaje en las tardes de verano. La brisa fresca de la tarde de aquel clima era refrescante. A veces cenábamos en la terraza todos juntos y nos quedábamos hasta tarde conversando y riendo de todo un poco. Extrañaba esas jornadas. Extrañaba muchas cosas que hacía con Arthur, sobre todo hoy, que había decidido ir a verlo a su tumba. Pero al menos, ya no lo extrañaba con tristeza. Si me acordaba de él, no lloraba como en aquellos meses en que había estado mal. Ahora solo lo extrañaba. No sabía cómo explicarlo.Estaba sentada admirando el paisaje y había cerrado los ojos para escuchar el viento y a los pájaros, cuando Máximo apareció. Se sentó a mi lado, en la otra silla y respiró profundo, llenando sus pulmones.—M
Cuando el sol comenzó a esconderse en la tarde, decidimos detenernos y pedir algo para comer. Personalmente, no era fanática de la pizza, porque como era intolerante a la lactosa, no podía comer nada que tuviese queso. Pero Máximo pidió una pizza vegana para mí y una normal para él y ese detalle me sorprendió. Yo jamás le había contado sobre ese pequeño detalle.— ¿Cómo sabes que no como pizza normal?—No te diré nada— me dijo riéndose de mí.—Quieres guerra ¿eh? — me lancé sobre Máximo y comencé a hacerle cosquillas en su cuerpo. Terminamos cayendo al suelo, porque estábamos sentados en el sillón, esperando la comida.—Basta… por favor… ¡Mi amor! — me decía Máximo desesperado y riéndose.—No, hasta que me cuentes de dónde sabes esa información, es clasificada— le dije haciéndole más cosquillas.—No… puedo… respirar— me contestó — ¡Está bien! — me dijo, lo solté y me senté a su lado en el suelo.—Muy bien, dime todo, si no, te haré más cosquillas— le dije jugando con él.—Está bien, e
La semana siguiente, había sido caótica en la oficina, tanto para Máximo como para mí. Teníamos muchas cosas que hacer y que dejar listas, porque el viernes habíamos quedado de acuerdo con Milly y Henry, para ir a dejarlos al aeropuerto después de la hora de almuerzo. Por lo tanto, debíamos dejar todos los pendientes resueltos durante esa semana.Por otro lado, le había pedido a Máximo que se quedara en casa conmigo. Él estaba muy emocionado, porque siempre había querido dormir conmigo en mi habitación. Milly y Henry se irían por un mes de viaje, tiempo suficiente para Máximo y para mí. Teníamos un mes para nosotros solos en esa casa. Había pensado, una vez que mis padres se fueran de viaje, darle vacaciones a todo el personal de la casa, sin excepciones. Quería estar sola con Máximo durante todo ese mes. Pero hasta que ellos no se fueran, no lo podía hacer, porque mi madre no me lo hubiese permitido, por el solo hecho de que, para ella, la casa siempre debía ser mantenida y cuidada p
Cuando terminé de sacar toda la ropa de Arthur, dejándola en la habitación de al lado encima de la cama, volví a la mía, tomé la maleta de Máximo y la llevé hasta el armario. Me agaché en el suelo, abrí la maleta y comencé a sacar su ropa. Había llevado solo ropa casual en la maleta y sus artículos de aseo personal.— ¿Qué haces? — me preguntó desde el umbral de la puerta.— ¿Qué no ves? — le contesté mientras guardaba su ropa en los compartimientos que ahora estaban vacíos — ¿Por qué no trajiste tus trajes de vestir? — le pregunté seria mientras seguía guardando su ropa.—Sí los traje, están en mi auto— me contestó de la misma forma.—Tráelos— le respondí. Él salió de mi habitación y me dejó sola ahí. Me detuve por un momento y ni siquiera entendía por qué estaba un poco molesta. No podía ser una maldita con él, mucho menos si había sido yo la que le había dicho que se quedara conmigo durante ese mes en mi casa.Cuando Máximo volvió a la habitación, traía su ropa envuelta en portatra
Durante ese mes que estuvimos solos en mi casa, las cosas habían estado bien. Más que bien diría yo. La primera semana juntos, nos fuimos juntos en las mañanas. Máximo me pasaba a dejar a la empresa y luego él se iba al bufete. En las tardes pasaba por mí y nos íbamos juntos a casa. A veces cenábamos en casa y otras veces en algún restaurante de la ciudad. Pero cada noche, la cerrábamos con mucho, pero mucho sexo.Debía ser honesta y reconocer, que me encantaba estar con él en casa. Hicimos el amor en cada rincón de esa casa. En la piscina, en la oficina, en la cocina, en el baño, en la sala de estar, en el prado, en el auto cuando no alcanzábamos a entrar a la casa, en el comedor.—Podría comer esto— le dije una noche, mientras miraba mi tenedor con un trozo de carne enterrado en él —O mejor podría comerte a ti— le dije de forma sensual.—Come, Ivanna. Luego hacemos el amor— me respondió divertido. Pero yo no quería seguir comiendo. Había estado todo el día en la oficina recordando n
Cuando bajamos del ascensor en el piso de la oficina de Máximo, Mercedes tenía un rostro demacrado. Era obvio que estaba batallando internamente. Sentí tanta rabia en ese momento, que la Ivanna perra y maldita de los negocios salió a flote. Era como mi doble personalidad. Caminé hacia la recepción, seria e imponente, pero ni siquiera me detuve frente a Mercedes.— ¡Tú, ven! — le hablé autoritaria a la chica, mientras le indicaba con mi dedo que me siguiera. Ella se asustó, pero me siguió, porque los abogados le volvieron a decir que caminara.Las personas que había en el piso nos quedaron mirando sorprendidos. Sabía que me veía como una perra maldita caminando con tres abogados y más encima, todos vestidos de negro, coincidentemente. Cuando llegamos al escritorio de Susan, ella me miró sorprendida y se puso de pie.—Disculpe, señorita Brown, pero no puede pasar— me dijo ella. Podía notar su enojo en sus palabras. No me importó en lo más mínimo. La miré enojada y seguí caminando hacia
Me encontraba mirando por la pared de vidrio de mi oficina, que me mostraba cada mañana el centro de la ciudad. El día estaba soleado, era hermoso. Amaba mi vida, tal cual estaba, con todos los altos y bajos, era demasiado feliz. Repasé cada detalle de lo que había sido este año, hoy era treinta de septiembre. Había pasado muy rápido el tiempo. Hoy en la noche tendríamos una junta familiar en mí casa, bueno, en la casa de Máximo y mía. La misma casa de siempre. A los meses de ser novios, decidimos vivir los dos en mi casa, junto a Milly y Henry. Máximo conservó su departamento en el centro de la ciudad, para cuando quisiéramos escaparnos para hacer todo el ruido que quisiéramos.Yo vendí mi casa. La casa donde crecí, llena de recuerdos de mi madre y míos. Decidí venderla, porque más que recuerdos felices, había recuerdos amargos y tristes. En cambio, la casa grande, estaba llena de recuerdos hermosos de un matrimonio pasado y una vida feliz. Lloré cuando entregué la casa de mi madre.
Había vivido una vida plena. Había sido muy feliz. No me quejaba de nada. Máximo me había dejado sola una mañana de domingo. Sufrió un infarto, ya era muy viejo. Murió a los noventa y seis años. Yo logré vivir un año más que él. Su pérdida no me dolió tanto como la de Arthur, porque en el fondo de mi corazón, sabía que los volvería a ver pronto, que no iba a ser tan larga la espera.Estaba decaída, mis huesos me dolían. No estaba enferma, pero sí vieja. Escuché que el doctor les decía a mis sobrinos, que ya me quedaba poco y que moriría de vejez. Mi cama me reconfortaba. La sentía suave y cómoda. Había pedido que, cuando ya me quedara poco tiempo de vida, no me llevaran a un hospital. Quería morir en paz, en mi casa, junto a mi familia.Mis sobrinos fueron mis hijos. Con Máximo nunca descansamos por darles todas las herramientas para que se desarrollaran en la vida. Ahora ya eran adultos, estaban casados, con hijos y siendo felices. Los amaba con mi vida y ellos a mí, siempre me lo de