—Lo que dijiste del regalo de la yegua Amentet, ¿es cierto? —Me eché a reír.—No se imaginan lo que me divertiré viendo a esa mujer montar a esa resabiada, el nombre les quedó a penas, solo a mí, Jacinto y Duwer es a quien respeta la descarriada yegua.—Ese momento no quiero perdérmelo. —comentó Miguel—Será lo primero que haré, a ver si se larga y nos deja con Arnold. —Me levanté—. Esta tarde los quiero a todos cerca, está tierra Rata las tiene bajo cobertura, si nos lanzan algo, el gobierno de los Estados Unidos intervendrá. A trabajar muchachos.Desayunamos, mis hijos están inquietos, tienen a las dos nanas y a mi mujer persiguiéndolos, gatean rápido, en las tardes terminan con esas rodillas sucias y rojas. Arnold llegó a las diez como habíamos acordado con su prometida.Nosotros acabábamos de salir a las caballerizas, los vimos descender del auto, automáticamente todos nos pusimos los lentes, me dirigí hacia ellos cuando Arnold llegaba serio y la tal Marcela trataba de alcanzarlo,
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