GIANNAEn la mañana del veintiséis de mayo el ambiente era diferente en el departamento. Los días pasados, tal como lo pedí, Cameron me dio mi espacio y apenas me habló para las cosas más básicas: en el trabajo, o para decirme que en la nevera había helado de fresa y de ron con pasas, dos de mis sabores preferidos, o para recordarme que hoy era un día importante.Catorce años atrás, cerca de las diez de la noche, mientras el auto de Su Majestad, Cameron II, venía de vuelta a los territorios nacionales desde Francia, según la prensa con un poco de prisa, alguien emboscó su comitiva y les dispararon; el auto del Rey se desvió del camino y volcó, hiriendo al conductor; sin embargo, el monarca murió desangrado en la escena, sin importar los esfuerzos que sus escoltas, también malheridos, hicieron para salvarlo.De esos escoltas ahora no sabía nada, quizás trabajaban en otras cosas, o no pudieron volver a hacerlo por sus heridas. La verdad es que nadie sabía nada con certeza, o ese era mi
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