Ariam se encontraba en una situación crítica, luchando por su vida contra un hombre enviado por los Yakuza para acabar con ella. El hombre intentaba inyectarle una sustancia que ella consideraba venenosa. Su corazón latía con fuerza, sintiendo la adrenalina correr por sus venas mientras peleaba por su vida. El hombre era un luchador experto, ágil y fuerte, y parecía no tener problemas en controlarla. Ariam sabía que necesitaba ayuda y justo en ese momento, los guardias entraron en la habitación. La pelea se intensificó, con los guardaespaldas luchando contra el hombre con ferocidad. Los golpes y los gritos llenaron la habitación, mientras Ariam se mantenía en guardia, observando con atención cada movimiento. En un descuido, el agresor logró agarrar la jeringa y, en un movimiento rápido, se la inyectó a sí mismo en el cuello. Cayó muerto al instante, pues los Yakuza preferían la muerte antes que ser capturados, ya que eso supondría una deshonra para ellos. Afortunadamente, Ariam logró
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