Cuando salieron de la casa de su madre lo hicieron en silencio. William no podía dejar de arrepentirse de haberla llevado hasta allí y haberla expuesto a esa situación en su estado. Escuchar los sollozos contenidos de Kathleen a su lado y cómo no se atrevía ni a mirarlo le partía el alma. Quería hablar, decir cualquier cosa que la hiciera sentir mejor, pero se sentía perdido. —Quiero ir a casa —rompió el silencio ella—. Por favor, ¿podrías llevarme? —Ya casi llegamos, Kath, tranquila. —Sin percatarse de lo que hacía y por costumbre, colocó su mano sobre su pierna y la acarició. El jadeo que emitió fue lo que hizo apartar la mano—. Lo siento, no quería, yo…—Quiero ir a casa —repitió—. A la mía, con mi familia. —Lo siento, Kath, pero tenemos un contrato, no puedes echarte atrás ahora. De reojo vio como los ojos se le volvían a llenar de lágrimas y se maldijo por no saber actuar en ese tipo de situaciones. Cuando veía a una mujer llorando solo pensaba en dos cosas: o en abrir la ca
Leer más