—¿Por qué le echas sal a la herida? —pregunto con mucha intriga, bajo mi pierna para inclinarme hacia delante, dejando reposar mis brazos sobre el escritorio—, es imposible volver a tropezar con la misma piedra, pero se te agradece por ser el buen samaritano que siempre he esperado.El tono de mi sarcasmo está por los cielos, él me trata como el hombre que no ha quebrado ni un plato, mientras que yo estoy atacando en cada palabra que sale de su boca.—¿Por qué quieres el divorcio?¡Oye, quién es este hombre!No, no puedo contenerme más, se está burlando de mí y no lo permitiré. ¿Sufre de alguna enfermedad?—Eres un imbécil, ya deja de jugar y dime de una vez que es lo que quieres —escupo todo lo que siento, suelto una palmada sobre el escritorio—, última vez, dime qué es lo que quieres.—Sigo en problemas, quería verte para…—Para darte cuenta si cometiste un error o no, lástima por decepcionarte, pero puedes irte por donde viniste, no es necesario que sigas diciendo una palabra más,
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