Quince días después La observo dormir, nunca me canso de hacerlo. Tomo un mechón de su cabello entre mis dedos y lo llevo a mi nariz. Huele a flores campestres y frutas frescas del huerto. Le doy gracias a Dios por haberme mostrado la verdad y hacerme recapacitar en medio de mi error. No sé qué hubiera sido de mí, si pierdo a mi familia. Jamás me lo habría perdonado. Respiro, profundo. Mi mujer y mis hijos se han convertido en el motor que mueve mi universo, en la razón que justifica todas mis acciones. Cada decisión que tomo, lo hago en función a ellos, porque se han convertido en mi primera prioridad. Una vibración en el bolsillo de mi pantalón me obliga a salir de su habitación. La miro por última vez y me marcho de allí. ―Dime, Arévalo, ¿qué me tienes? ―pregunto con ansias―. ¿Cuánto conseguimos? Quince días atrás realicé el movimiento más decisivo para enterrar a Santiesteban a tres metros bajo tierra. Bueno, al menos literalmente. Tal como lo planeamos, mi encuentro con Georg
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