Irene tragó saliva, sintiendo el peso abrumador de la verdad en sus hombros mientras se enfrentaba al emperador. Sabía que no podía negar la realidad de su pasado, pero tampoco podía permitir que su identidad la definiera. Con la espalda erguida y la determinación en sus ojos, respondió con voz firme: —Sí, mi señor, es verdad que fui una esclava. Pero también es verdad que he luchado por mi libertad y he demostrado mi valía en este palacio. El emperador la observó con atención, sus ojos oscuros buscando cualquier indicio de mentira en sus palabras. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, su mirada se desvió hacia la figura de Galiana, quien estaba de pie en una esquina de la habitación, mirándola con una sonrisa burlona en los labios. Irene sintió un escalofrío recorrer su espalda al darse cuenta de que había sido observada todo el tiempo, que sus secretos habían sido expuestos ante los ojos del emperador y su corte. Sin embargo, en lugar de retroceder ante la mirada despe
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