Sentí la imperiosa necesidad de acercarme a Esmeralda cuando la vi sentada, comiendo con Verónica, en el Boca Canoa. Se veía tan tierna, con la niña que, aunque sé que es su sobrina, cada día parece ser más su hija y Esmeralda se porta con ella como una madre. Aproveché que el restaurante estaba solo para felicitarla por el paso a la semifinal, del que me había enterado hacía solo unos minutos, y también para tener siquiera la impresión de que tenía una conversación con ella, porque me cuesta mucho controlarme saberla tan próxima y no poder ni siquiera intercambiar unas palabras sin el riesgo a que unos ojos indecorosos puedan sacar alguna conclusión sobre nosotros, una que, con toda seguridad no, será errada, porque esa persona hablará de amor en donde, en efecto, lo hay.Cuando salí del restaurante, me llevé la fragancia de su piel. Fue todo lo que logré robarle en ese momento, pero me era suficiente para guardármelo, llevarlo hasta mi habitación y colocarlo a un costado de mi alm
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