Estábamos los 4 cenando en la pequeña mesa de la cocina, la misma de siempre, la que se movía porque tenía una de las patas rotas. Supongo que era una metáfora de nuestra familia, disfuncional y dañada y sin nadie que lo repare. -Cómete tus verduras mi amor- le dije gentilmente a mi niño, que jugaba con el tenedor revolviendo la comida que no tenía una buena imagen. -Sí, cómetelas que no son gratis- respondió mi madre secamente, como no se trata a un niño, mientras encendía un cigarrillo en la mesa.-Mamá, no te metas, es mi hijo no el tuyo- le advertí susurrando. -Lo que digas- dijo con desinterés y le dio una calada al cigarrillo, llenando la habitación de humo, ahora la comida sabía aún peor. Mi hijo no pudo con la presión de que su abuela le ordenara y comenzó a comer sin chistar, yo sabía que las odiaba, pero no teníamos otra opción que comer lo que nos daban y ya. -¿No vas a comer más?- pregunté preocupada al ver que mi madre se levantaba con medio plato lleno. -Ella es a
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