CAPÍTULO SESENTA Y CINCO: PRIMER SENTIMIENTO Segundos, minutos, horas y horas seguirían pasando y para Edmundo jamás sería suficiente el tiempo. Tanto había pasado hasta donde iba la conversación con la persona que extrañaba ver en la casa, en la gran casa de los Montiel, en la empresa, en la gran empresa de los Montiel, ahí justamente donde sin saberlo, sin que ninguno de los dos lo creyera de esa manera, el lugar le estaba siendo robado. —Has pasado por tanto, Sebastián —dijo Edmundo al no poder creer todo lo que le había dicho.Ahora Sebastián –o como él mismo le había dicho ser– Daniel, era un hombre casado, un hombre que tenía una hija, un hombre que no ve más allá de los ojos de su hija y de su esposa. Era cosas que Edmundo no podía creer.—Daniel, un nombre muy diferente —, dijo Edmundo viendo a la ciudad que ya oscurecía.—Lo sé, lo sé.—Ahora has cambiado tanto, Sebastián, las cosas han cambiado tanto. Es tan difícil no verte sentado en la silla que ocupa ahora tu hermano
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