— Hola, Vera — Mi hermana se levanta de donde está sentada, se encuentra en la terraza, no hace mucho calor, aunque todavía es soportable quedarse afuera, aunque hubiese preferido el interior del café. — ¿Cómo estás, Virginia? — me da los dos besos franceses obligatorios, tomo asiento frente a ella, me siento incómoda, sé que no hay motivos, Dante y ella ya estaban divorciados cuando volvimos a encontrarnos y él está seguro de que mi hermana fue la qué me contestó y además borro los mensajes que le envié hace tantos años. — Querida, no sabes lo feliz que me hace verte, estoy cansada de tanta pelea entre nosotras y por un hombre — suspira, busco a la Virginia que conocía, a la hermana alegre, radiante. Pero no la encuentro. — Virginia, fuiste tú la que me escribió desde el celular de Dante cuando Mathis nació ¿Verdad? — Parpadea varias veces, creo que no esperaba que yo le reclamara eso. — ¿De qué hablas, hermanita? — Su mirada ingenua, inocente ¿En serio es tan buena actriz? — No
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