Estaba solo. Pensaba que ahora, su más terrible miedo se convertía en realidad. Estaba en una sucia litera, en una celda, en la prisión de . Todos a los que alguna vez le importara, habían desaparecido. Todos los que alguna vez lo quisieron, hoy lo repudiaban. Y no era para menos. El había cometido una estupidez, una estupidez que le costó la libertad, y el desprecio de todos sus amigos. De nada servía ser el tipo más millonario del mundo empresarial. Allí, en esa fría prisión, solo era un número, un reo más, igual que todos, sin ningún privilegio. Su dinero allí no tenía valor. Ya no vestía los trajes más finos, los zapatos más caros. Su cuerpo atlético hoy se resumía a piel y huesos. Ya no tenía esa mirada ardiente y seductora. Sus ojos habían perdido vida, así como su alma se encontraba destrozada. Ya no sabía de horas, días, meses… solo sabía que un día, iba a morir, encerrado e infeliz. Y ese día, esperaba que llegara pronto. Sentado en la cama, contemplaba el pergamino en blanco
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