CAPÍTULO CIENTO NOVENTA Y SIETEEl encargado guardó la carpeta en un estante de archivadores y luego les guío por varios pasillos estrechos y opacos, que daban la sensación de estar recorriendo un laberinto un poco sofocante.El lugar era frio, de paredes azul oscuro y tenía un aura tenebrosa, ya que las luces eran bajitas y apenas alumbraban el corredizo, además no poseía la ventilación suficiente, no había ventanas, solo puertas en cada sector de la pared con un número en ellas.Y el silencio era tan fuerte que solo se escuchaban las respiraciones y la zuela de los zapatos de los presentes, que Emily le subió algo por la tráquea, esa sensación de tener ganas de vomitar, pero tan solo era su propia bilis amarga. —¿Estás bien? —susurró Aiden al notar el leve temblor del cuerpo de su esposa. Emily iba de la mano de Aiden, pero la otra mano que ella tenía libre, la había rodeado en el bíceps de él, justo en la parte que, por inercia, estaba enterrando sus uñas largas sobre la camisa de
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