OLIVIA.Me detuve en seco, no supe bien qué hacer por un par de segundos. Tal vez más.Las manos me hormiguearon… ¡Carlos estaba en La Napolitana! «¿Pero, qué está pasando hoy?», me pregunté mentalmente.Nos miramos fijamente. Él, con alguna extraña impresión en su rostro, anonadado casi, en pleno mediodía dentro de ese hermoso y emblemático restaurante, dándose cuenta que yo acababa de entrar… acompañada.No sé qué cara pude haber puesto, creo que no la sentía.Debía relajarme. No estaba cometiendo ningún delito, mantener la calma y la cordura era primordial. ¿Pero cómo hacerlo, cuando el caballero que más me fascina, el dueño de todas mis emociones, las débiles, traicioneras y comprometidas, las emociones diurnas y nocturnas, me estaba comiendo con su mirada y no precisamente de buena manera?Miré a mi acompañante y decidí agarrar al toro por los cuernos.—Alonso, ¿podrías, por favor, esperarme en la mesa? Voy a saludar a Carlos un momento…—¿Y quién es Carlos? ¿Ese es Carlos?Lo mi
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