Iris —¿Quieres casarte conmigo? —me pregunta con la voz entrecortada. En un principio me dio miedo la idea de estar a solas con Roy, pero cumplió con cada una de sus promesas y respetó mis tiempos, y poco a poco me acostumbré a tenerlo junto a mí. Cuando volvimos a tener intimidad fue glorioso, lo hicimos desesperadamente por toda la casa, pero cuando digo por toda la casa es por toda la casa; lo hicimos en el cuarto del baño, en la piscina, en el patio, en su habitación, en mi habitación, en nuestros deportivos, en su vieja camioneta. Nuestros jugos se desparramaron por cada sector que pudimos una y otra vez, duro y salvaje, lento y suave, como fuera que surgiera. Durante el receso de verano, y luego cada que pudimos, salimos a pasear todos los días junto a nuestros cachorros; así fue que los cuatro nos volvimos conocidos por todo el barrio y otros sitios. En mi restaurante favorito siempre nos esperaban con asientos y platos especiales para Siri y Yor, y como los dueños estaban
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