—Carlota —Alessa estaba rebosante de genuina alegría mientras abrazaba su mejor amiga, apenas puso un pie en la entrada de su nuevo apartamento en París.Carla chilló y saltó como un conejito emocionado, arrastrándola al interior perfectamente decorado de su lugar.—¡No puedo creerlo!—Estoy de paso, eh, pero...—¡Estás aquí! ¡Estás aquí, roja!—Lo sé. Lo sé.Estaba allí de paso, era cierto. Tenía trabajo pendiente allí, resumen, gracias a los dilemas no resueltos con Le Roux.—Ay, esta es una prueba de que realmente me amas. —Carla se acercó a ella y la envolvió en un fuerte abrazo que, por un instante, pilló a la pelirroja sin aliento. Aún no se acostumbraba a recibir estos gestos enormes de las personas, no a esa magnitud. Una cosa era su relación con Leonardo. Otra muy distinta era ser apretada, besuqueada o manoseada por alguien de quién no estuviera perdidamente enamorada.A pesar de todos esos factores, Alessa colocó las manos en su espalda y apoyó la mejilla en su ho
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