Pasó un día, dos, diez, veinte, treinta y Elena seguía igual. No había retroceso en su estado pero tampoco mejoría. Felipe había decidido atenderla en palacio cuando le habían quitado el respirador. Preparó una de las habitaciones más grandes para su uso personal. Pues quería velar su sueño y que estuviera cómoda. La única alegría se la daban sus niños. Ambos iban creciendo cada día aunque Lena estaba intratable. Después de varias horas de llanto se quedaba dormida de puro agotamiento. Extrañaba a su mamá y no era el único. Felipe sentía que su mujer se estaba perdiendo muchas cosas. Muchas primeras veces que serían irrepetibles. Como la primera sonrisa de su hija o como su pequeño se había agarrado al biberón y no lo había soltado hasta acabar. Todavía le decían pequeño o bebé. Felipe no había decidido el nombre. Y habían acordado que el primer hijo que tuvieran juntos sería Elena quien lo decidiría. Dirigió la mirada a la cama y sintió su alma comprimida. Hacían cuatro días
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