XII Escuchó una ruidosa campana que anunciaba la hora del desayuno. Se sentó en la cama sin abrir los ojos y sin encontrarse todavía con él mismo en ese momento. Se puso de pie, por fin parpadeó un tanto, se dio cuenta que estaba solo, que estaba en el internado y que Louis ya había salido de ahí. Se dirigió al baño, se quitó la ropa con lentitud y comenzó a lavarse los dientes. Estaba aún muy cansado sin entender el por qué. Pero fue en ese instante, frente al espejo y lleno de espuma en la boca, cuando como un rayo le llegaron los recuerdos al ver en su pecho pequeños moretones, que aunque no dolían, conocía a la perfección sus orígenes. La bestia, el secuestro… el beso. Se llevó las manos a la cabeza, aterrado, se metió a la ducha y, aunque todo era muy malo, ese beso que ya empezaba a palpitarle en los labios, lo tenía más asustado que feliz. Él jamás había sido audaz, ni directo, ni atrevido en ese tipo de cosas, por eso no entendía lo que sucedió ni qué lo empujó en ese momento
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