Maximiliano detuvo su auto, ganándose la mirada de Amelia, habían sido más de dos horas de viaje. Aquel lugar parecía encontrarse en el fin del mundo.—Hemos llegado.Ambos se apearon del auto, caminando hacia el sitio en el que Maximiliano se había construido a sí mismo.—Descubrí este sitio cuando tenía unos diez años —contó—. No me he olvidado de él jamás. —El hombre sujetó a Amelia por el brazo con suavidad, ayudándole a entrar hacia aquel lugar, que parecía una mezcla entre un parque y una zona aislada de la sociedad, ella ni siquiera podía identificar que era, solo podía percibir que las estrellas parecía brillar mucho más desde aquel sitio—. La primera vez que vine, estaba en la escuela, la segunda vez, estaba ebrio, al borde de la muerte.Amelia le miró, sin comprender nada. Él no lucía como un adicto al licor, no lo había visto ni siquiera una vez bebiendo.Ambos se adentraron más en el lugar, lleno de preciosas flores que parecían acariciar el corazón de la mujer.Maximilian
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